Las mujeres romanas pasaban mucho tiempo en la casa, atendiendo todo lo concerniente a ella, supervisando el trabajo de los esclavos, hilaban la lana, cuidando de los niños. A estas mujeres se les llaman MATRONAS. Sin embargo, todas las mujeres, sin distinción de clase, disfrutaban de mucha más libertad que las de la antigua Atenas.
Estaba muy asociada a la vida de su marido, compartían los honores que se le tributaban a sus esposos, aparecían en público, en espectáculos, ceremonias y juegos, y tomaba parte en comidas y recepciones. Su influencia, aunque no era reconocida por Ley era muy grande, de hecho Catán quiso acabar con el lujo de las mujeres con una Ley, pero los ciudadanos no se atrevieron a votarla ya que sus mujeres estaban en la Asamblea.
La cantidad de joyas que llevaba la mujer —y por tanto, su rango— se correspondía con la posición social de su marido. La mujer se encargaba de todas las tareas del hogar, aunque en las «familias bien» trabajos tales como sacar agua o preparar la comida estaban reservados a los esclavos. Tenía la custodia formal de las llaves de la casa y controlaba la vida diaria de los niños y de los esclavos. En ausencia de su marido dirigía los negocios familiares. En las recepciones, las mujeres compartían mesa con los invitados y en la época de Augusto se reclinaban en divanes como los hombres.
Las mujeres salían de casa para comprar, hacer visitas sociales, asistir a espectáculos públicos y acudir a los templos. Las pertenecientes a las clases altas se movían por la ciudad en una silla de manos (sella). También podían acudir a las termas, aunque en horarios diferentes de los hombres o utilizando establecimientos separados.
Las señoras ricas no tenían obligaciones como amas de casa porque su marido era quien mandaba sobre los esclavos. Estas mujeres ni siquiera debían esforzarse en vestirse o calzarse por sí mismas porque ese era el trabajo de las esclavas. Sin embargo, la libertad de estas señoras era relativa. Siempre estaban acompañadas, incluso había algunas que dormían con una esclava en su cuarto, para que las cuidaran. La decencia y el cuidado de su rango obligaban a una dama a salir de casa acompañada por sirvientes, señoritas de compañía y un caballero de servicios. Sólo debidamente acompañadas las mujeres tenían derecho a visitar a sus amigas. Las damas muy recatadas salían lo menos posible y sólo se mostraban en público cubiertas por un velo.
En Roma existía el divorcio pero generalmente era el hombre el que lo solicitaba. El mejor estado para la mujer rica era la viudez porque era mucho más libre que cualquier mujer casada y podía disponer de su fortuna como ella quisiera.
Las niñas de familias acomodadas iban a la escuela hasta los doce años. Después de esta edad pocas mujeres continuaban educándose, con la autorización de su marido o padre, a través de preceptores que les enseñaban los clásicos. Era normal que hubiera mujeres que adquirían una cultura de entretenimiento, como cantar, danzar y tocar un instrumento. Estas actividades artísticas se alaban mucho en las mujeres “honestas”. A los doce años había muchachas que ya estaban otorgadas a un marido, aunque no se hubiera consumado el matrimonio. Una mujer se consideraba adulta a los catorce años, todos la llamaban entonces “señora”. Las familias ricas encerraban a sus hijas en sus casas y las ponían a hilar con rueca y con huso, con lo cual demostraban que pasaban el tiempo sin hacer nada malo.
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